EL PAÍS. Hoy es
un buen día para hacer un elogio público de los funcionarios. Ayer supimos que
el número dos de la Agencia Tributaria, un profesional de gran
prestigio, Luis Jones, había presentado su dimisión por notables diferencias
con su superior, un cargo político designado por el Gobierno. Antes que él,
dimitió el jefe de Inspección de la Grandes Contribuyentes, que dejó su cargo
por estar en desacuerdo con la decisión del director general de destituir a una
inspectora que llevaba el caso determinado.
Las tres dimisiones, y las de otros dos jefes de servicio que parecen
haberse sumado a la oleada, explica por qué son tan importantes en una
democracia los servidores públicos independientes, funcionarios que pueden
dimitir o ser removidos de su puesto por orden superior, pero que no pierden su
puesto de trabajo, ganado en duras oposiciones. Es esa condición la que
garantiza que en la Administración existan personas cuyo principal cometido es
asegurar el cumplimiento de la legalidad.
Imaginemos una Agencia Tributaria en manos de personas que puedan ser
puestas en la calle, despedidas, por sus jefes. Los ciudadanos necesitamos
saber que el funcionamiento cotidiano de la Administración está confiado a
funcionarios, capaces de resistir las presiones políticas.
Y eso es lo que está sucediendo en la Agencia Tributaria. Funcionarios que
defienden su condición de servidores públicos. En una época tan falta de
ejemplos, nos están dando algo de lo que estar orgullosos.

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