- ¿Por qué somos deshonestos?
Julia Brines. Un
estudio sobre cómo tomamos decisiones me ha hecho pensar sobre la honestidad y
la deshonestidad, y sobre si los políticos y otros personajes públicos se
mueven con los mismos resortes que el resto de los mortales.
Acabo de leer, por
recomendación de un compañero, 'Las trampas del deseo', un libro escrito
en 2008 por Dan Ariely, un profesor del MIT que analiza los impulsos
irracionales de las personas.
Una de las cosas que
estudia es la deshonestidad de la gente en diferentes ámbitos y, con la
proliferación de noticias sobre casos de escasa honestidad en figuras públicas
y especialmente en políticos, he intentado mirar esos capítulos tratando
de averiguar por qué pasa lo que pasa entre los políticos españoles, y si éstos
son ajenos o diferentes a lo que hacemos el resto de los mortales.
Ariely señala, para
empezar, dos tipos de deshonestidad: la que se representaría por un vulgar
ladrón, que entra en una casa y se lleva el dinero, y una segunda, la de las
personas que, en general, se consideran honestas, pero cometen actos
deshonestos en determinadas ocasiones. A ésta es a la que dedica sus estudios,
que se basan sobre todo en experimentos realizados entre estudiantes
estadounidenses.
Se refiere a actos
como llevarse material de la oficina, inflar el valor de un electrodoméstico en
el parte a la aseguradora y cosas por el estilo.
Como primeras
conclusiones: las personas básicamente honestas tienen tendencia a hacer
trampas si se les presenta la ocasión. Además, la posibilidad de que esa trampa
sea "pillada" aumenta poco la probabilidad de que hagamos trampas.
Pero al parecer las
personas nos creamos algún tipo de líneas rojas. Por ejemplo, cogeríamos
un bolígrafo de la sala de conferencias, pero no nos llevaríamos la caja
entera. Para las pequeñas transgresiones, esas alarmas o líneas rojas no se nos
activan y no nos consieramos deshonestos.
Y ahí es donde pienso
yo que puede haber una clave: que los límites de la deshonestidad
probablemente no los tenemos todos en el mismo punto, o no los tenemos siempre en
el mismo punto. Se me ocurre que una parte importante de los ciudadanos no
se considera deshonesta cuando acuerda con el fontanero, el mecánico o el
albañil pagarle sus servicios sin impuestos. Sin embargo, ese mismo ciudadano,
si lee que un empresario o un político ha evadido impuestos sí lo considera una
persona deshonesta. Puede ser una cuestión de cantidad: seguramente el fraude
del empresario va a ser de más dinero que el de la factura del fontanero. Pero
¿lo ven igual las dos personas defraudadoras? Quiero decir, quizá el empresario
o político de turno considera que la cantidad defraudada con una cuenta en el
extranjero no declarada no es para tanto, así que no ha activado la alarma de
deshonestidad de la que habla Ariely. Algunos a lo mejor no caen en la cuenta
hasta que el fraude se destapa y tiene ocasión de comparar la magnitud de su
acto deshonesto con la medida de otras personas.
También puede ser
que, si se trata de dinero público, al político lo vemos más cerca de la
relación causa-efecto. Me explico. Si representantes de la Administración
desvían dinero de la cooperación internacional para comprar inmuebles, la relación
se ve clara: el dinero del posible hospital se va directamente a comprar pisos.
Pero en el caso del dinero que no pagamos de IVA en la factura de fontanero nos
cuesta más ver que entran menos fondos para pagar las pensiones, los subsidios
de desempleo o el arreglo de las carreteras. Más bien tendemos a pensar que ese
dinero se lo damos al político que se lo queda en lugar de destinarlo al
hospital, así que está mejor en nuestro bolsillo.
Recordar las normas
Hay otro punto
curioso en el estudio de Dan Ariely. Y es que en uno de los experimentos que
presenta el libro, a un grupo de estudiantes se les pone a escribir los Diez
Mandamientos antes de pasar un test de matemáticas en el que se les presenta la
posibilidad de hacer trampas. Otro grupo no ha escrito los mandamientos y hace
el mismo test.
Pues los que sí
habían pensado en las leyes de Moisés hicieron muchas menos trampas que los
demás. Eso muestra, entonces, recordar la existencia de códigos éticos a las
personas puede reducir la incidencia de la deshonestidad.
¿Deberíamos entonces
poner vallas publicitarias con códigos éticos o algo así? Da que pensar...
Si hay dinero de por
medio, somos más honestos
Pero la parte final
del estudio es de lo más curiosa. Trata sobre la deshonestidad y el dinero, y
llega a la conclusión de que cuando hay dinero de por medio las personas
tienden a frenar la deshonestidad. Un experimento consistía en poner latas de
refrescos en unos frigoríficos compartidos por varios estudiantes. Las latas
(que nadie sabía quién había puesto) desaparecían al poco tiempo. Pero si en
ese mismo frigorífico dejaban un plato con dinero, nadie lo tocaba.
Eso me llevó a pensar
en los regalos y dádivas a políticos y personas influyentes. Puede ser que
algunos hayan aceptado ropa, complementos, viajes "gratis total" o
apoyo para que un familiar encuentre un trabajo, y con ello no se sintieran (en
ese momento) transgresores de la ley. Si les hubieran dado el mismo importe en
dinero, habrían percibido que se les estaba sobornando.
Y lo mismo con los
periodistas. Si en una rueda de prensa de presentación de resultados, una
empresa ofrece sus productos a los reporteros, no suele haber comentarios ni
llama la atención. Pero hace poco, una cadena de tiendas repartió en una
rueda de prensa vales para comprar en sus establecimientos, y eso sí que
pareció poco elegante a algunos periodistas. ¿Por qué? Seguramente porque los
vales estaban más cerca del dinero contante y sonante.
Libros:
Dan Ariely, Las trampas del deseo, Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan
a error. Ed. Ariel.
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